top of page

Sobre puentes, enojos y lo que aún no sabemos decir

Actualizado: 5 jul

A veces, los enojos en la infancia parecen simples: un "¡no quiero jugar contigo!" o un portazo detrás de una emoción intensa. Pero detrás de cada enojo hay un mensaje más profundo, una necesidad no vista, una herida importante que pide ser cuidada.


El día de hoy comparto un cuento inspirado en un evento que vivió mi hijo pequeño en días recientes. Está enfocado desde la Comunicación No Violenta para intentar dar luz a esas emociones que no siempre entendemos de buenas a primeras, ni las infancias ni las personas en edad adulta. Darnos el tiempo para escuchar, de no apurarnos a resolver, de permitir el conflicto como parte del vínculo. Porque en medio de la incomodidad, también pueden crecer puentes, si ambas partes están en la posibilidad y en la disposición; puentes que pueden llevar a caminos inesperados. Y esto me lo traigo de las metáforas de la Terapia Narrativa de Michael White. En medio del puente, en medio de indecisiones y conflictos, a veces no sabemos si avanzar o regresar. Eso es conocido como la zona de la liminalidad. Y a menudo comparto con mis consultantes, que si damos el espacio suficiente al conflicto, conectamos con necesidades y el puente ya no sólo es de ida y vuelta hacia un territorio de identidades preferidas (las que queremos y anhelamos construir en procesos terapéuticos) o hacia un territorio de identidades conocidas (del que venimos normalmente, previo al proceso terapéutico). Así, surgen puentes a lugares inesperados y no explorados, que no sabíamos que podíamos habitar.

Se trata de un cuento para leer despacio, para volver a visitar, y para conversar después. Tal vez sea una herramienta, tal vez un abrazo en forma de palabras. Y, en mi caso muy particular, un regalo para mi hijo pequeño, mi pequeño gran maestro, quien con su forma única de sentir y expresarse, me recuerda cada día que el corazón también aprende.


"El Puente de los Enojos"


Había una vez en el Bosque Claroscuro dos grandes amigos: Leo, el zorrito curioso, y Tina, la tortuga risueña. Solían jugar todos los días, compartían moras dulces y aventuras de su imaginación bajo la luna. Un día, mientras construían una casita en el árbol, Leo empujó sin querer a Tina, y ella se cayó de la rama.


Tina no se hizo daño, pero se enojó mucho.


—¡No me hables, Leo! —gritó furiosa, mientras se escondía dentro de su caparazón.


Leo quiso explicarle que no lo había hecho a propósito, pero para ese momento, Tina ya se había marchado.


Pasaron los días. Tina seguía molesta y sin hablarle, aunque no recordaba muy bien por qué seguía tan enojada. Solo sentía un nudo en su pancita cuando veía a Leo. Algo adentro de ella no se calmaba.


Un día, apareció el Búho Sabio, que solía observar todo cuanto se movía en el Bosque Claroscuro desde las alturas.


—Tina... —dijo con voz suave el Búho— ¿sabes qué hay detrás de tu enojo?

—¿Detrás? ¿Como si fuera una puerta?

—Sí —sonrió el búho—. El enojo es como una capa protectora detrás de la cual podemos encontrar una necesidad. Tal vez una necesidad de cuidado, de seguridad o de ser vista.


Tina pensó y pensó.


—Creo que me sentí poco cuidada cuando me caí... y también un poco asustada.

—¿Y te hubiera gustado que Leo te cuidara o te ayudara a sentirte segura? —preguntó el búho.

—¡Sí!

—Eso es lo que tu enojo está cuidando, Tina —dijo el búho—. Está diciendo "¡quiero sentirme segura y cuidada!" aunque ya no recuerdes bien lo que pasó.



Esa noche, el búho también visitó a Leo.


—Leo —dijo el búho—, ¿cómo te sientes?

—Triste.

—¿Por qué?

—Tina se enojó conmigo porque la tiré, sin querer, cuando estábamos construyendo una casita del árbol.

—A veces, aunque no tengamos intención de hacer daño, es importante reconocer que impactamos a las personas, y podemos hacernos cargo de lo que sintió esa persona a la que impactamos—le dijo.

—¿Pero cómo si Tina no quiere hablarme? —preguntó Leo, con la cola baja.

—A veces las personas necesitan espacio para reacomodarse en medio del enojo. Puedes empezar preguntando: "Tina ¿Qué necesitabas tú ese día que te tiré sin darme cuenta y te molestaste?" En vez de hablar solo de lo que tú querías decir.


Al día siguiente, Leo se acercó despacio con Tina.


—Tina… ya no sé bien qué pasó el día de la construcción de la casa del árbol. Solo sé que te extraño. ¿Puedes contarme qué necesitabas ese día?


Tina miró al zorrito y respiró hondo.

—Necesitaba sentirme cuidada… Me asusté. Y cuando me enojo, me encierro, y se me olvida el por qué, pero el enojo sigue ahí.


Los dos se quedaron callados un momento.

Entonces el búho apareció una vez más.


—Cuando tenemos conflictos, no siempre hay una solución rápida —dijo—, pero eso no significa que no podamos cuidarnos mientras estamos en ellos. El enojo también es una señal de que algo es importante para ti, puedes pedir espacio, Tina, pero es importante nombrarlo y no sólo encerrarte e irte, porque Leo lo puede percibir como si ya no le quisieras y eso duele mucho.


Tina asintió, mientras se sentaba junto a Leo frente a su casita del árbol.


—¿Y si construimos un puente? —dijo Leo de repente.

—¿Un puente? —preguntó Tina.

—Sí. Un puente entre lo que éramos, lo que queremos ser, y lo que aún no sabemos que podemos ser. Puede ser hacia adelante, hacia atrás, hacia un lado, o al otro… o incluso hacia lugares que no conocemos.


El búho asintió.


—La vida es como una cordada—dijo el búho, con voz tranquila.


Tina frunció el ceño.—¿Una… cordada?


—Sí —respondió el búho—. En la montaña, los alpinistas se atan con una cuerda. Así, si uno se cae o tropieza, los otros pueden sostenerlo. Van subiendo o bajando juntos, cuidándose todo el tiempo. Esa cuerda los une con confianza y en corresponsabilidad y cuidado mutuo.


Tina abrió los ojos sorprendida.


—¿Como si fueran un equipo que no se suelta?

—Exacto —asintió el búho—. En la vida también elegimos nuestras cordadas: amistades, familia, personas que queremos. No siempre es fácil seguir juntas, como personas, a veces hay que detenerse, o incluso soltar. Pero mientras estemos tomados por el cariño, podemos ayudarnos a subir, o acompañarnos cuando bajamos.


Leo sonrió y miró a Tina.


—Creo que tú y yo… somos parte de la misma cordada.


Tina asintió despacito, con una sonrisa suave.


—Sí. Aunque a veces nos enojemos.

—Justo por eso —dijo el búho—, porque en una cordada, lo más importante no es no caerse nunca… sino cuidarse cuando eso pasa. En las cordadas, a veces, elegimos seguir juntos. Otras, tenemos que despedirnos y hacer el duelo de que dejamos esa cordada. Pero podemos elegir. Y construir puentes, incluso desde el conflicto.


Tina sonrió.


—Entonces este enojo… también puede ser el comienzo de un nuevo puente.

—Exactamente —dijo el búho.


Y así, con una rama, un hilo de lana y muchas moras como tornillos mágicos, Leo y Tina empezaron a construir su puente. Un puente que no solo iba de ida y vuelta, sino también a los lados, hacia arriba, hacia abajo… hacia todo lo que todavía no habían descubierto. Y mientras construían, también iban comprendiéndose mejor.


---

En cada enojo hay una historia por escuchar, una emoción por abrazar, una necesidad por cuidar. A veces basta un cuento, una metáfora, una conversación que se toma su tiempo, para mirar más allá del conflicto y encontrar el inicio de algo nuevo. Como Leo y Tina, podemos elegir construir puentes desde el malestar, sabiendo que cada paso hacia el otro también es un paso hacia nosotras mismas, como personas.

Te dejo un abrazo pendiente, hasta que nos volvamos a encontrar.

Comments


bottom of page